Res Gestae (13 d.C.)

 

Texto que es copia de los hechos del divino Augusto, con las cuales sujetó el universo mundo al dominio del pueblo romano, y de las munificencias que hizo a la república y al pueblo de Roma, escritas en dos columnas de bronce que se hallan en Roma.

§ 1. 
A los diecinueve años de edad alcé, por decisión personal y a mis expensas, un ejército que me permitió devolver la libertad a la República, oprimida por el dominio de una bandería. Como recompensa, el Senado, mediante decretos honoríficos, me admitió en su seno, bajo el consulado de Cayo Pansa y Aulo Hirtio [43 a.C.], concediéndome el rango senatorio equivalente al de los Cónsules. Me confió la misión de velar por el bienestar público, junto con los Cónsules y en calidad de Pro-pretor. Ese mismo año, habiendo muerto ambos Cónsules en la guerra, el pueblo me nombró Cónsul y triunviro responsable de la reconstitución de la República.

§ 2. 
Proscribí a los asesinos de mi Padre, vindicando su crimen a través de un juicio legal; y cuando, más tarde, llevaron sus armas contra la República, los vencí por dos veces en campo abierto.

§ 3. 
Hice a menudo la guerra, por tierra y por mar. Guerras civiles y contra extranjeros, por todo el universo. Y, tras la victoria, concedí el perdón a cuantos ciudadanos solicitaron gracia. En cuanto a los pueblos extranjeros, preferí conservar que no destruir a quienes podían ser perdonados sin peligro [para Roma]. Unos 500.000 ciudadanos romanos prestaron sagrado juramento de devoción a mi persona. De entre ellos, algo más de 300.000, tras la conclusión de su servicio militar, fueron asentados por mí en colonias de nueva fundación o reenviados a sus municipios de origen. A todos ellos asigné tierras o dinero para recompensarlos por sus servicios de armas. Capturé 600 navíos, entre los que no cuento los que no fuesen, cuando menos, trirremes.

§ 4. 
Por dos veces recibí el honor de la ovación solemne y por tres el del triunfo curul. Recibí aclamaciones oficiales como general imperator en veintiuna ocasiones. Por todo ello el Senado me otorgó la celebración de numerosos triunfos oficiales, que decliné. Deposité en el Capitolio los laureles de mis fasces, tras haber cumplido las promesas formuladas con ocasión de cada guerra. A causa de los éxitos obtenidos por mí (o por mis lugartenientes en el mando bajo mis auspicios), tanto por tierra cuanto por mar, el Senado decretó acciones oficiales de gracias a los dioses inmortales en cincuenta y cinco ocasiones. Tales acciones de gracias sumaron, en conjunto, 890 días. En mis triunfos oficiales, ante mi carro, desfilaron [vencidos] nueve reyes o hijos de rey. Cuando escribí lo que antecede, había sido Cónsul por decimotercera vez [2 a.C.] y desempeñaba la potestad de los Tribunos de la plebe por trigesimoséptimo año.

§ 5. 
Durante el consulado de Marco Marcelo y Lucio Arruncio [22 a.C.] no acepté la magistratura de Dictador, que el Senado y el pueblo me conferían para ejercerla tanto en mi ausencia cuanto durante mi presencia [en Roma]. No quise [empero] declinar la responsabilidad de los aprovisionamientos alimentarios, en medio de una gran carestía; y de tal modo asumí su gestión que, pocos días más tarde, toda la Ciudad se hallaba desembarazada de cualquier temor y peligro, a mi sola costa y bajo mi responsabilidad. No acepté [tampoco] el consulado que entonces se me ofreció, para ese año y con carácter vitalicio.

§ 6. 
Durante el consulado de Marco Vinucio y Quinto Lucrecio [19 a.C.] y, después, bajo el de Publio y Gneo Léntulo [18 a.C.] y, en tercer lugar, durante el de Paulo Fabio Máximo y Quinto Tuberón [11 a.C.], habiendo unánimemente decidido el pueblo y el Senado que fuese yo responsable único y máximo del cuidado de las costumbres y las leyes, no quise que se me confiara una magistratura en términos que hubieran resultado contrarios a la tradición ancestral; pero las actuaciones que el Senado deseaba por entonces de mí las llevé a cabo, fundado [sólo] en mi potestad tribunicia. Y [aun] para esa misma función pedí y recibí del Senado, por cinco veces, un colega.

§ 7. 
Durante diez años consecutivos fui miembro del colegio triunviral al que se había encargado la reconstitución de la República; hasta el momento en que redacté estos sucesos, Príncipe del Senado por cuarenta años consecutivos. Fui Pontífice Máximo, augur, miembro del Colegio de los Quince encargados de las sagradas ceremonias, del Colegio de los Siete encargados de los sacros banquetes, hermano de la Cofradía Arval, sodal Titio y sacerdote fecial.

§ 8. 
Por mandato del pueblo y del Senado, durante mi quinto consulado [29 a.C.] aumenté el número de los patricios romanos. Por tres veces establecí la lista de senadores y, en mi sexto consulado [28 a.C.], llevé a cabo, con Marco Agripa como colega, el censo del pueblo. Celebré la ceremonia lustral después de que no se hubiera celebrado en cuarenta y dos años; en ella fueron censados 4.063.000 ciudadanos romanos. Durante el consulado de Cayo Censorino y Cayo Asinio [8 a.C.] llevé a cabo el censo por mí solo, en virtud de mi poder consular, en cuya lustración se contaron 4.233.000 ciudadanos romanos. Hice el censo por vez tercera, en virtud de mi poder consular y teniendo por colega a mi hijo [adoptivo], Tiberio César, en el consulado de Sexto Pompeyo y Sexto Apuleyo [14 d. C.]; con ocasión de este censo conté 4.937.000 ciudadanos romanos. Mediante nuevas leyes que propuse saqué del desuso muchos ejemplos de nuestros antepasados, decaídos ya en Roma, y yo mismo dejé a la posteridad muchas acciones como ejemplo que imitar.

§ 9. 
El Senado decretó que, cada cuatro años, Cónsules y sacerdotes ofreciesen votos por mi salud. Para cumplirlos, tanto los cuatro Colegios sacerdotales mayores cuanto los Cónsules ofrecieron frecuentemente, en vida mía, juegos públicos. Asimismo, en sus casas y en las municipalidades, todos los ciudadanos, sin excepción y unánimemente, realizaron en todo tiempo ceremonias por mi salud en toda clase de lugares sacros.

§ 10. 
El Senado hizo incluir mi nombre en el cántico de los Sacerdotes Salios y una ley prescribió que poseería, a perpetuidad y de por vida, carácter inviolable para mi persona y la potestad de los Tribunos de la plebe. Cuando el pueblo me ofreció el Pontificado Máximo, que mi Padre había ejercido, lo rehusé, para no ser elegido en lugar del Pontífice que aún vivía. No acepté ese sacerdocio sino años después, tras la muerte de quien lo ocupara con ocasión de las discordias civiles; y hubo tal concurrencia de multitud de toda Italia a los comicios que me eligieron, durante el consulado de Publio Sulpicio y Cayo Valgio [12a.C.], como no se había visto semejante en Roma.

§ 11. 
En homenaje a mi regreso y bajo el consulado de Quinto Lucrecio y Marco Vinicio [19 a.C.], el Senado consagró, cerca de la Puerta Capena, ante el templo del Honor y la Virtud, un altar a la Fortuna del [feliz] Retorno. Mandó que todos los años Pontífices y Vestales hicieran allí una ofrenda, en el aniversario de mi regreso de Siria, y llamó a ese día "de las Augustales", de acuerdo con mi nombre.

§ 12. 
El mismo año, en virtud de un senadoconsulto, parte de los Pretores y de los Tribunos de la plebe, acompañados por el Cónsul Quinto Lucrecio y por los ciudadanos más principales, salió a mi encuentro en Campania: honra que a nadie se había conferido con anterioridad Cuando regresé de Hispania y de Galia, durante el consulado de Tiberio Nerón y Publio Quintilio [13 a.C.], tras haber llevado a cabo con todo éxito lo necesario en esas provincias, el Senado, para honrar mi vuelta, hizo consagrar, en el Campo de Marte, un altar dedicado a la Paz Augusta y encargó a los magistra-dos, Pretores y Vírgenes Vestales que llevasen a cabo en él un sacrificio en cada aniversario.

§ 13. 
El templo de Jano Quirino, que nuestros ancestros deseaban permaneciese clausurado cuando en todos los dominios del pueblo romano se hubiera establecido victoriosamente la paz, tanto en tierra cuanto en mar, no había sido cerrado sino en dos ocasiones desde la fundación de la Ciudad hasta mi nacimiento; durante mi Principado, el Senado determinó, en tres ocasiones, que debía cerrarse.

§ 14. 
El Senado y el pueblo romano, queriendo honrarme, designaron Cónsules, con intención de que asumiesen la magistratura cinco años más tarde y cuando tenían quince, a mis hijos [adoptados] Cayo y Lucio Césares, a quienes, muy jóvenes, me arrebató la Fortuna Y el Senado decretó que asistiesen a sus deliberaciones desde el mismo día en que fuesen presentados en el Foro. Los Caballeros de Roma, por su parte, unánimemente los denominaron Príncipes de la Juventud y les obsequiaron los escudos ecuestres y las lanzas de plata.

§ 15. 
Pagué a la plebe de Roma 300 sestercios por cabeza, en cumplimiento del testamento de mi Padre. Y en mi propio nombre, cuando mi quinto consulado [29 a.C.], dí otros 400 (por cabeza), de mi botín de guerra. En mi décimo consulado [24 a.C.] distribuí, de nuevo, de mi propio patrimonio un congiario a la plebe de 400 sestercios por individuo. En el undécimo [23 a.C.], por doce veces repartí trigo adquirido a mis expensas. Cuando cumplí mi duodécima potestad tribunicia [11 a.C.], por vez tercera volví a repartir 400 sestercios a cada plebeyo. Nunca fueron menos de 250.000 las personas beneficiarias de estos repartos. En el año de mi decimoctava potestad tribunicia y de mi duodécimo consulado [5 a.C.] dí 60 denarios de plata por cabeza a 320.000 plebeyos de la Ciudad. Durante mi quinto consulado [29 a.C.] distribuí mil monedas, procedentes de mi botín de guerra, a cada uno de los soldados de mis ciudades coloniales militares: tal obsequio conmemorativo de mi triunfo oficial afectó a unos 120.000 hombres. Durante mi decimotercer consulado [2 a.C.] dí 60 denarios a cada ciudadano plebeyo de los que estaban inscritos en las listas de beneficiarios de las distribuciones gratuitas de grano, que fueron algo más de 200.000.

§ 16. 
Para la compra de las tierras que había asignado a mis veteranos, en mi cuarto consulado [30 a.C.] y, luego, durante el de Marco Craso y Gneo Léntulo Augur [14 a.C.], destiné una subvención a las municipalidades, cuyo monto ascendió, en Italia, a 600 millones de sestercios, más o menos, y a unos 260 en las provincias. Que se recuerde, soy el primero y único que haya hecho tal cosa entre quienes fundaron ciudades coloniales militares en Italia o en las provincias. Más tarde, bajo los consulados de Tiberio Nerón y de Gneo Pisón [7 a.C.], de Cayo Antistio y Decio Lelio [6 a.C.], de Cayo Calvisio y Lucio Pasieno [4a.C.], de Lucio Léntulo y Marco Mesala [3 a.C.] y de Lucio Caninio y Quinto Fabricio [2 a.C.], concedí recompensas en metálico a los soldados que se habían licenciado honorablemente y vuelto a sus lugares natales, asunto en el que invertí unos 400 millones de sestercios.

§ 17. 
Por cuatro veces acudí, con mi dinero, en ayuda del Tesoro público, de modo tal que entregué a sus responsables 50 millones de sestercios. Bajo el consulado de Marco Lépido y Lucio Arruncio [6 d.C.], dí de mi patrimonio 70 millones de sestercios al Tesoro militar, el cual decidí crear, con el fin de conceder recompensas a los soldados con veinte o más años de servicios.

§ 18. 
En el año en que fueron cónsules Gneo y Publio Léntulo [18 a.C.], a causa de la insuficiencia de los ingresos públicos, repartí socorros en especie a 100.000 personas y en metálico a más de 100.000, tomándolos de mis bienes y almacenes.

§ 19. 
Construí la Curia y su vestíbulo anejo, el templo de Apolo en el Palatino y sus pórticos, el templo del Divino Julio, el Lupercal, el Pórtico junto al Circo Flaminio - al que dí el nombre de Octavia, quien había construído anterior-mente otro en el mismo lugar -, el palco imperial del Circo Máximo; los templos de Júpiter Feretrio y de Júpiter Tonante, en el Capitolio; el de Quirino, los de Minerva, Juno Reina y Júpiter Libertador, en el Aventino; el templo a los Lares en la cima de la Vía Sagrada, el de los Dioses Penates en la Velia y los de la Juventud y la Gran Madre, en el Palatino.

§ 20. 
Restauré, con extraordinario gasto, el Capitolio y el Teatro de Pompeyo, sin añadir ninguna inscripción que llevase mi nombre. Reparé los acueductos que, por su vejez, se encontraban arruinados en muchos sitios. Dupliqué la capacidad del acueducto Marcio, aduciéndole una nueva fuente. Concluí el Foro Julio y la Basílica situada entre los templos de Cástor y de Saturno, obras ambas iniciadas y llevadas casi a término por mi Padre. Destruída la Basílica por un incendio, acrecí su solar e hice que se emprendiese su reconstrucción en nombre de mis hijos [adoptivos], prescribiendo a mis herederos que la concluyesen en caso de no poder hacerlo yo mismo [14 a.C.]. En mi quinto consulado [29 a.C.], bajo la autoridad del Senado, reparé en Roma ochenta y dos templos, sin dejar en el descuido a ninguno que por entonces lo necesitara. Durante el séptimo [27 a.C.], rehice la Vía Flaminia, entre Roma y Ariminio, y todos los puentes, salvo el Milvio y el Minucio.

§ 21. 
En solares de mi propiedad construí, con dinero de mi botín de guerra, el templo de Marte Vengador y el Foro de Augusto. Edifiqué el Teatro que hay cerca del templo de Apolo, en un terreno que, en gran parte, compré a particulares, y le dí el nombre de mi yerno, Marco Marcelo. En el Capitolio consagré ofrendas procedentes de mi botín de guerra a los templos del Divino Julio, de Apolo, de Vesta y de Marte Vengador, que me costaron unos 100 millones de sestercios. En mi quinto consulado [29 a.C.] devolví a los municipios y colonias de Italia 35.000 libras de oro coronario del que me había sido ofrecido por mis triunfos oficiales. Y, en adelante, cada vez que hube de recibir una aclamación oficial como 'imperator', no quise aceptar esas ofrendas de oro coronario que se me seguían ofreciendo con la misma generosidad que antaño mediante acuerdos oficiales de los municipios y las colonias.

§ 22. 
Ofrecí combates de gladiadores tres veces en mi propio nombre y cinco en el de mis hijos o nietos. En estos combates lucharon unos diez mil hombres. Ofrecí al pueblo un espectáculo de atletas, traídos de todas partes, dos veces en mi nombre y una tercera en el de mi nieto. Celebré juegos, en mi nombre, por cuatro veces y otras veintitrés en el de otros magistrados. Durante el consulado de Cayo Furnio y Cayo Silano [17 a.C.] celebré los Juegos Seculares, con Marco Agripa como colega, en mi condición de presidente del Colegio de los Quince. En mi décimotercer consulado [2 a.C.] celebré, y fui el primero que tal hizo, los juegos de Marte que, a partir de entonces, siguieron presidiendo conmigo los Cónsules, en virtud de un senadoconsulto y de una ley. Bien en mi nombre o en el de mis hijos o nietos, ofrecí, por veintiséis veces, en el circo, en el Foro o en los anfiteatros, cacerías de animales de Africa, en las que fueron muertas unas tres mil quinientas fieras.

§ 23. 
Ofrecí al pueblo el espectáculo de una naumaquia, al otro lado del Tíber, donde hoy está el Bosque Sagrado de los Césares, en un estanque excavado de 1.800 pies de largo y 1.200 de ancho. Tomaron parte en ella 30 naves, trirremes o birremes, guarnecidas con espolones, y un número aún mayor de barcos menores. A bordo de estas flotas combatieron, sin contar los remeros, unos 3.000 hombres.

§ 24. 
Tras la victoria, devolví a todos los templos de todas las ciudades de la provincia de Asia los tesoros de que se había apropiado quien guerreaba contra mí. En la Ciudad, el número de mis estatuas en plata, a pie, a caballo o en cuadriga llegó a ser de unas ochenta. Yo mismo mandé retirarlas y con su importe hice ofrendas de oro que consagré en el templo de Apolo, en mi nombre y el de quienes las habían erigido para honrarme.

§ 25. 
Liberé el mar de piratas. En la guerra de los esclavos capturé a casi 30.000 que habían escapado de sus dueños y alzádose en armas contra la República; los devolví a sus amos, para que les diesen suplicio. Italia entera me juró, por propia iniciativa, lealtad personal y me reclamó como caudillo para la guerra que victoriosamente concluí en Accio. Igual juramento me prestaron las provincias de las Galias, las Hispanias, Africa, Sicilia y Cerdeña. Entre quienes, entonces, sirvieron bajo mis enseñas, hubo más de 700 senadores, de los que 83 habían sido o serían luego Cónsules, hasta el día de hoy, y de los que 170 eran o fueron más tarde sacerdotes.

§ 26. 
Ensaché los límites de todas las provincias del pueblo romano fronterizas de los pueblos no sometidos a nuestro dominio. Pacifiqué las Galias, las Hispanias y la Germania, hasta donde el Océano las baña, desde Cádiz hasta la desembocadura del Elba. Mandé pacificar los Alpes, desde la región inmediata al Mar Adriático hasta el Mar Tirreno, sin hacer contra ninguno de aquellos pueblos guerra que no fuese justa. Mi flota, que zarpó de la desembocadura del Rin, se dirigió al este, a las fronteras de los cimbrios, tierras en que ningún romano había estado antes, ni por tierra ni por mar. Cimbrios, carides, semnones y otros pueblos germanos de esas tierras enviaron embajadores para pedir mi amistad y la del pueblo romano. Por orden mía y bajo mis auspicios dos ejércitos llegaron, casi a un tiempo, a Etiopía y a la Arabia llamada Feliz. En esos dos países y en combate abierto destruyeron a gran número de enemigos y tomaron numerosas plazas. En Etiopía se llegó hasta la ciudad de Nabata, cerca de Meroe. En Arabia, el ejército llegó hasta la ciudad de Mariba de los sabeos.

§ 27. 
Anexé Egipto a los dominios del pueblo romano. Tras la muerte del rey Artajes hubiera podido convertir en provincia la Gran Armenia; pero preferí, como nuestros mayores, confiar ese reino a Tigranes, hijo del rey Artavasdo y nieto del rey Tigranes, por mediación de Tiberio Nerón, que entonces era mi hijastro. Habiendo luego querido ese pueblo abandonarnos y rebelarse, lo sometí por medio de mi hijo Cayo y confié su gobernación a Ariobarzanes, hijo de Artabazo, rey de los medos; y, tras la muerte de aquél, a su hijo Artavasdo. Cuando éste fue asesinado, envié como rey a Tigranes, que era del linaje real de los armenios. Recuperé la totalidad de las provincias que, del otro lado del Adriático, se extienden hacia el este, así como Cirene, que estaba en su mayor parte poseída por reyes, igual que antes recuperé Sicilia y Cerdeña, invadidas en la guerra servil.

§ 28. 
Fundé ciudades militares coloniales en Africa, Sicilia, Macedonia, en ambas Hispanias, en Acaya, en Siria, en la Galia Narbonense y en Pisidia. En Italia hay veintiocho colonias fundadas bajo mis auspicios y que, ya en vida mía, se han convertido en ciudades pobladísimas y muy notorias.

§ 29. 
Recuperé muchas enseñas militares romanas, perdidas por otros jefes, de enemigos vencidos en Hispania, en Galia y de los dálmatas. Obligué a los partos a restituir los botines y las enseñas de tres ejércitos romanos y a suplicar la amistad del pueblo romano. Deposité tales enseñas en el templo de Marte Vengador.

§ 30. 
Los pueblos panonios que, antes de mi Principado, no habían visto en sus tierras a ningún ejército romano, fueron vencidos mediante la acción de Tiberio Nerón, mi hijastro y legado por entonces; los sometí al dominio del pueblo romano y amplié hasta las orillas del río Danubio las fronteras del Ilírico. Bajo mis auspicios fue vencido y destruído el ejército de los dacios, que las había transgredido. Y, después, uno de mis ejércitos, llevado al otro lado del Danubio, obligó a los pueblos dacios a acatar la voluntad del pueblo romano.

§ 31. 
Llegaron a mí con frecuencia embajadas de reyes de la India, lo que hasta entonces no se había visto bajo ningún otro jefe romano. Bastarnos, escitas, los sármatas que viven al otro lado del Dniéster y los más lejanos aún reyes de los albanos, iberos [caucásicos] y medos solicitaron nuestra amistad por medio de legaciones.

§ 32. 
En mí buscaron refugio y me suplicaron los reyes de los partos: Tirídates y, más tarde, Fraates, hijo del rey Fraates; de los medos, Artavasdes; de los adiabenos, Artaxares; de los britanos, Dumnobélauno y Tincomio; de los sicambros, Maelo; de los suevos marcomanos, (Sigime?)ro. El rey de los partos, Fraates, hijo de Orodes, envió a Italia a sus hijos y nietos, junto a mí; no por haber sido vencido en guerra, sino para suplicar nuestra amistad entregándonos, en prenda, a sus descendientes. Un grandísimo número de otros pueblos que antes nunca había tenido relaciones diplomáticas ni tratos de amistad con el pueblo romano conocieron bajo mi Principado la probidad del pueblo romano.

§ 33. 
Los pueblos de los partos y los medos recibieron de mí a sus reyes, lo que habían solicitado enviándome legaciones con sus personalidades más relevantes; los partos recibieron como rey, la primera vez, a Vonón, hijo del rey Fraates y nieto del rey Orodes; y los medos a Ariobarzanes, hijo del rey Artavasdo, nieto del rey Ariobarzanes.

§ 34. 
Durante mis consulados sexto y séptimo [28 y 27 a.C.], tras haber extinto, con los poderes absolutos que el general consenso me confiara, la guerra civil, decidí que el gobierno de la República pasara de mi arbitrio al del Senado y el pueblo romano. Por tal meritoria acción, recibí el nombre de Augusto, mediante senadoconsulto. Las columnas de mi casa fueron ornadas oficialmente con laureles; se colocó sobre su puerta una corona cívica y en la Curia Julia se depositó un escudo de oro, con una inscripción recordatoria de que el Senado y el pueblo romano me lo ofrecían a causa de mi virtud, mi clemencia, mi justicia y mi piedad. Desde entonces fui superior a todos en autoridad, pero no tuve más poderes que cualquier otro de los que fueron mis colegas en las magistraturas.

§ 35. 
Cuando ejercía mi decimotercer consulado [2 a.C.], el Senado, el Orden de los Caballeros Romanos y el pueblo romano entero me designaron Padre de la Patria y decidieron que el título había de grabarse en el vestíbulo de mi casa, en la Curia y en el Foro de Augusto y en las cuadrigas que, con ocasión de un senado consulto, se habían erigido en mi honor. Cuando escribí estas cosas estaba en el septuagesimo sexto año de mi vida.